En el Corozo
Cuando la
palabra empeñada se convierte en milagro
Por Ángel Ciro Guerrero
El Corozo, mayo 25
(Prensa OCI).- En la capilla setenta feligreses junto al párroco, el gobernador,
el secretario general de gobierno y algunos miembros del gabinete. Afuera, en
el patio de tierra, otros doscientos cincuenta que siguieron la ceremonia, como
los de adentro, con todo respeto y adoración. La Virgen María Auxiliadora y San
Isidro Labrador, por supuesto, ocuparon los espacios mejores. La Madre de Dios,
en el altar, presidiendo la Eucaristía. La Virgen, con su precioso manto azul
que las mujeres de la aldea le colocaron, brillaba, pues la iluminaban cien
bombillitos de pesebre alrededor de la
imagen. Lucía de verdad hermosa.
El santo, a la entrada,
rodeado de cuatro racimos de plátanos, dos de cambures, un saco de naranjas,
treinta kilos de yuca, veinte de ají dulce, un pesado amarre con 15 cañas de azúcar, cortadas a un
metro cada uno, 12 guanábanas de varios tamaños, medio saco de papas y flores,
numerosas flores, tantas que los bueyes del Patrono de los Campesinos casi ni
se veían. El madrileño que subió a los altares arando la tierra y le hizo mucho
bien a todo el mundo y todo el mundo lo
quiso y sintió santo, nos miraba con su ojos, pequeñitos, y parecía alzar la
vara en gesto de agradecimiento.
El coro, tres señoras y
cuatro niños, acompañados por dos cuatristas, se lució interpretando los cánticos
de alabanza. Hubo mucho aplauso cuando entonó “Vienen con alegría, Señor…” y en
ese justo momento hacía su entrada el Señor Gobernador, el primero que visita
El Corozo, desde que esta hermosa aldea, perteneciente a la parroquia Chaguará,
del Municipio Sucre, se formó alrededor de los años 50 del siglo 20. Situada en
lo más alto de lo que fue una hacienda tan productiva como hoy en día, que fue
invadida y posteriormente convertida por el entonces Instituto Agrario Nacional
en organizado parcela miento.
Se asciende, desde la carretera que
conduce a Tovar, dejando atrás Estanques y cruzando metros más allá de
“Quebrada El Loro”, unos quince kilómetros, hacia un cielo abiertamente azul, a
través de un cambiante paisaje, que nos muestra las maravillas de la
naturaleza, como si a la vuelta de cada curva los grandes helechos compitiesen
en altura y belleza con las matas de plátano, bien cargadas porque es cosecha; y,
abriéndose paso, porque sus largas ramas terminan en poderosa espina, las de fique,
tan elegantes, perfectas.
Frondoso, abajo, el
bosque, donde abundan las matas de café disputándose el sol con árboles que
sobrepasan los veinte metros de altura, que de curva en curva casi se les puede
tocar la copita. Más arriba, las laderas, surcadas todas de cuidados
sembradíos, que producen constantemente papa, caraotas, arveja, tomate, yuca y
muchos otros rubros, que sitúan a esta zona entre las mayormente productivas de
la región que conforma la serranía que encierra el Valle del Mocotíes.
Setenta y seis casas dibujan
el casco urbano de El Corozo, y otras tantas se sitúan en los alrededores. Aquí
habitan igual número de familias que, en conjunto, incluyendo los numerosos
niños, pasan de setecientos los habitantes. Uno de los de mayor vida,
experiencia y, como el resto de sus paisanos, de buen hablar, Alí Araque, nos
cuenta a retazos la historia de El Corozo, “donde se allegaron nuestros
abuelos, hicieron casa, pelearon la tierra que llevaban años trabajando hasta
que la hicieron suya a punta de esfuerzo y justo reclamo”. Echado, a los pies
del buen hombre, descansa “Nevado”, su perro. Ha estado corriendo, como loco,
entre la gente y los niños. “Está alegre”, dice su dueño, “de ver tanta gente.
Es mansito, todos los quieren porque nos cuida a todos”, explica orgulloso.
La capilla, chiquita, alberga enorme fe
Eliécer Ramírez, no
sobrepasa los treinta años. Voz gruesa, gestos sobrios, sin embargo sonríe con
simpatía. Pocos años de Ordenado sacerdote, es el párroco de Chiguará. Ha
venido a celebrar la Eucaristía, porque El Corozo conmemora en esta fecha sus
Fiestas Patronales, en homenaje a sus dos veneraciones. La Virgen María
Auxiliadora y San Isidro Labrador, ambos patronos de la aldea. En su Homilía, y entre aplausos, recordó que
“Venezuela en estos días, tristes y duros, vive muchos problemas, atraviesa una
crisis que debe resolver cuanto antes porque le está haciendo mucho dalo al
pueblo. Tenemos que tenerle fe a la Madre de Dios, que por designios del Señor,
constituye la mejor representación de la humildad con la divinidad. Ella no nos
desampara, ella no nos desamparará jamás. Recemos por los que de esta aldea se
han ido a otras tierras, muy lejanas, a buscar una mejor vida. Recemos para que
cuando regresen aquí encuentren un nuevo amanecer”.
La capillita luce como
nueva, adornadas los tubos estructurales que sostienen el techo, machimbrado y
brillante, con largas y ondulantes cortinas blancas, que el viento las mueve pareciéndose
a las ondulantes olas de la mar, que los niñitos y también los viejos de estos
lados anhelan conocer, pero saben que está muy lejos, la engalanan.
Fue construida por la
comunidad, con la generosa ayuda de Arquímedes Fajardo, ayer alcalde del
Municipio Sucre, hoy Secretario General de Gobierno del estado Mérida, en el
año 2001. “Es chiquita, como nuestro pueblito”, reconoce Iraima Roa. “Pero
alberga la enorme fe de quienes creemos en Dios y a Dios le damos las gracias
por darnos la vida, la tierra y sus frutos” Onésimo Molina, líder comunal,
recuenta “el duro sacrificio de todos nosotros para ir formando el pueblo. De
aquí ha salido gente muy buena, honestos todos, trabajadores muy cabales, gente
digna, de paz y provechosa”#, advierte.
A la hora de las
Ofrendas, agradeciéndole al Todopoderoso, por el milagro de la Vida, sus
orgullosos padres alzaron hacia el humilde altar, que presidía una cruz de bloques, por donde se colaban los
rayos del sol, a sus dos hijos: Alexander, de 3 meses y a Antonelli, de apenas
22 días de nacida. Otra niña, hermosa con sus trenzas, su vestidito de lunares,
una roja cayena y corona blanca, de plástico, brillante, Maríangel Montilva, de 5 años de edad
presidía los actos. Ella fue elegida Reina. Todo el pueblo se mostraba
orgulloso de haberla elegido. Su Majestad lanzaba besos hacia todos lados y
sonreía, feliz en su inocencia.
Ramón Guevara, el
gobernador, que entregó dos pizarrones a las escuelita, y balones de futbol de
sala, guantazo a las maestras algunas
reparaciones del humilde local, y distribuyó entre los niños balones de futbol
sala, recibió abrazos, felicitaciones y agradecimiento por “habernos traído el
mejor regalo del mundo”, según se lo expresó Roasalba Guerrero: “el arreglo de
la carretera, que fue partida en dos, producido por las fuertes lluvias, que
nos mantenía incomunicados del resto del mundo.
Respondiendo a nuestro llamado vino vio, prometió y cumplió. Es el
primer gobernador que nos visita en miles de años. Lo que hizo nos parece un
milagro”.
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